Hoy intenté levantarme de la cama de golpe, como siempre lo había hecho y sentí mi cuerpo como un acerico de aquellos que, en el colegio, pinchábamos con alfileres de colores. Los había de todas clases, de cabezas pequeñas, grandes, transparentes, brillantes, opacos, largos, cortos... Jugábamos a montarlos unos sobre otros y el que montaba ganaba el montado, así la colección se iba aumentando o disminuyendo según la destreza de cada una -a esto sólo jugaban las niñas-. Los acericos solían ser de papel arrancado a los cuadernos, tenían distintas formas, triángulares, cuadrados o redondos. A mi, niña tranquila, era a lo que más me gustaba jugar en los recreos por lo que llegué a alcanzar una notable destreza.
¡¡Preciosos alfileres de la infancia!! Los de hoy, del cuerpo y del alma, ya no tiene colores tan bonitos ni son tan atractivos, pero es mejor aprender a jugar con ellos que lamentarse de haber comenzado a coleccionarlos, de manera involuntaria. Es la única forma de sacarlos provecho.
GRACIAS, SEÑOR, POR JUGAR AHORA CONMIGO
7 comentarios:
Este tipo de alfileres me encantan.
Te dejo muchos saludos berlineses.
Gracias por tu delicadeza para jugar con los alfileres.
¡En nuestra fragilidad está nuestra fuerza!
Es la primera vez que entro en tu blog y me quedo contigo.
Un fuerte abrazo
Mis hermanas también jugaban con ellos y yo que era más pequeño y no me hacían caso cuando se ponían a ello, se los escondía.
Un beso, Militos.
Hay dias que uno descubre en su cuerpo partes que no tenía n i idea de que existian
Un beso y cuidate
Muchas gracias,por existir
querida Militos
Yo también te doy las gracias por todo, y también por estos post, tan coloridos y bonitos, donde alternas magistralmente dolores y amores..., al fín y al cabo casi siempre van de la mano
BESIÑOS
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