DESDE MI TERRAZA

Contemplo la palmera apresada entre los edificios de primera línea de mar, y me asaltan los recuerdos como siempre, compitiendo con mi presente. Esta vez es un himno lo que vuelve a mi vida, aquel que Pemán compuso para el 35 Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Barcelona. Y que nunca se ha vuelto a cantar en ninguna iglesia. Algo que no se entiende pues entre otras cosas decía: "tiradas a tus plantas, las armas de la guerra..."

Era el año1952 y comenzaba con esa estrofa que el tiempo no ha borrado de mi memoria:

"Como estás mi Señor en la Custodia,

igual que la palmera que alegra el arenal..."

Ella, la que contemplo se halla muy lejos del arenal y por primera vez me doy cuenta de que éste no es su sitio. ¿Que puede alegrar en este revoltijo de apartamentos, piscinas, canchas de tenis...? Se puede deducir que su anclaje en tierra fue hecho para adornar y suavizar la adustez de los edificios. Pero la realidad es que se siente presa.

Así siento a veces mi alma, aprisionada. Quiero estirar mis ramas, sacudirlas de los plumajes que en ellas posaron las aves y no puedo porque de hacerlo así, rozaría a los demás, les estaría impidiendo su propia expansión. Intento abajar mis ramas para proteger y acoger, a sabiendas de que en un abrazo se desprenderán abundantes manojos de hojas. ¿Dónde el arenal?. nada importa, a mí me plantaron para dar felicidad. ¿A costa de qué?, del amor que mueve, que mueve todo hasta mis ramas apresadas entre los muros que el ser humano levantó a mi alrededor.

Viene la noche y la luz artificial, sin espacio suficiente, abrasa la palmera y nadie se detiene a observarlo, a nadie le extraña. Quema mi alma el caminar errante de mi carne y de mis huesos; pasan indiferentes, sin hacer un alto, sin mirarme. Yo sé que no hay culpables, la vida salió de la nada para esto. para llegar, tomar el fruto sin mirar de donde y seguir. Seguir de palmera en palmera, de arenal en arenal. Ellos si pueden seguir y caminar.

Un anochecer, sin escándalo llegará el Gran Arbitro del partido en el que todos somos jugadores y tocará el silbato. Habrá perdedores, habrá ganadores. Y yo seguiré en medio, como la palmera apresada entre edificios y sin sacudir sus ramas. Hasta que vayan terminando, mis once jugadores, porque son once los que empezaron a jugar, uno a uno, cuando fui plantada lejos, muy lejos de cualquier arenal.